Para una genealogía psicoanalítica del poder – Gérard POMMIER

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Para una genealogía psicoanalítica del poder – Gérard POMMIER

DOSSIER

ARTICLES EN LANGUE ESPAGNOLE

 

El feminismo ha prosperado a través del Atlántico en los departamentos de francés de las universidades. Encontró su miel en la edad de oro del estructuralismo : Lévi-Strauss, Foucault, Lacan, Derrida, Deleuze, Bourdieu… y bien de otros.

 

Por alguna oscura razón, estos estudios franceses tienen la reputación de haber puesto a estos autores en su salsa. Estas apreciaciones rechazan por adelantado las críticas, por ejemplo las de Lévi-Strauss o de Lacan que son, sin embargo, fructíferas. Este feminismo de combate partía de un estado de hecho, el de un poder « masculino heterosexual, falocéntrico y patriarcal ».

 

Este poder fue ilustrado por la opresión de un género y fue estudiado según el método genealógico de Foucault y de Bourdieu : no es la imposición simplista de una policía de los sexos, sino el ejercicio de una « violencia simbólica interiorizada » – es decir, ¿no es una forma de decir que es inconsciente ?. Si esta opresión simbólica « interiorizada » se ha vuelto inconsciente, ¿ no carece de una definición psicoanalítica ?

 

Los procesos de esta causalidad psíquica merecen, entonces, ser aclarados – y ello mientras que la sexualidad ya no sea más un pretexto para la opresión, sino un motor de la libertad. ¿ Es suficiente decir que el género está determinado por la cultura ? No, porque la cultura no siempre ha estado allí, y sería mejor aclarar su genealogía a la luz de la causalidad psíquica, utilizando el método de Freud – o mejor, purgado de su escoria de la época.

 

El poder masculino no es un hecho puro « natural », cuyas consecuencias psicológicas habrían sido autorreguladas a través de la cultura. Una sola frase corta lo saca a la luz : sólo la causalidad psíquica es « contra-determinada ». La causalidad de las determinaciones culturales nunca se mueve sola. El peso de las determinaciones familiares no varía mucho durante los pocos años en que afectan a un niño. Solo la subjetividad contra-determina estas planchas de plomo. Un sujeto se afirma siempre de forma denegativa, en relación con su familia y a su Cultura, o incluso respecto a su anatomía. A menos de abogar por una inocencia siempre aliviadora, la historia ha progresado y progresará aún gracias a esta capacidad de revuelta subjetiva.

 

Un disparo de faro en diagonal da una visión simplificada de la cuestión : establecer la genealogía del poder reenvía a examinar lo que impulsa a los hombres a tomarlo. Significa inmediatamente, que se pelean por un poder que, justamente, no tienen. Están privados de él, y mientras luchan por su conquista, ellos se sitúan del lado femenino. Esta diagonal inicial da el motivo de una genealogía, o más bien, un motor constante y actual de una « protesta viril » de cada momento.

 

El « poder » no es un estado : él resulta de una lucha por tomarlo. Ningún hombre nace con él, y un Rey, él mismo, queda tributario de los golpes del destino. Querer « tomar el poder » huye de una feminización amenazante y forma parte de un plan de identificación con el padre que es el agente. Estas pocas líneas de introducción ponen de relieve dos palabras : la de « padre » y la de « hombre ». Este codiciado poder es, por tanto, « patriarcal y masculino ». Su programa será la dominación de un femenino en el que se incluyen los hombres que no tienen más o mayor poder. En cuanto al calificativo de « falocéntrico », ¿ no es supernumerario ? Porque no existe más la esencia del « hombre » que tendría el falo, que de « mujer » que sería privada de él. Si el falo es el pene en erección, un hombre no lo tiene sino sólo si desea una mujer, de la cual también será el propietario. Apenas presentable sin erección, el pene en reposo no podría pretender al título fálico.

 

¿ Cómo se ha instalado este poder heterosexual patriarcal, y esto tanto mejor que se ha establecido en lo inconsciente ? Entre las numerosas pistas que ella abre, Judith Butler[1] supone que una vez que se ha puesto en práctica de la placa de plomo de un poder tal, la elección del género ha sido impuesta según un proceso « imitativo ». Una presión simbólica – cuyo motor se ha dejado de lado – obligaría a la imitación de un género.

 

Como ella lo escribe, no haríamos más que « travestirnos »… y todos estaríamos atrapados en una mascarada « masculina » así como « femenina », y ello con tanta facilidad que no existiría un original en un mundo de copias. La subordinación de un género al otro estaría entonces fundada en la imitación, acompañada y reforzada por el goce de esta obediencia, o para decirlo en las palabras de Judith Butler, imponiendo a cada sujeto una « actuación » que se « naturalizaría » no antes de efectuarse. Un sujeto se desempeñaría como hombre o como mujer, y se imaginaría luego que es « naturalmente », mientras que se trata de una imitación.

 

El argumento principal de esta demostración es poco discutible ; da cuenta de una realidad social masiva : la « elección » del género no depende de la anatomía. La noción de « performance » supone, en efecto, tal elección… ¡ pero todavía es necesario aclarar eso que la determina ! Porque, si hay una elección, ¡ ella depende de una elección subjetiva ! Su gesto trasciende lo cultural. Una « performance » implica un libre albedrío que procede de otras determinaciones o contra-determinaciones que la simple imitación.

 

Mirando los resultados del proceso de sexualización, el « semblante », o la mascarada de los géneros, tienen una fuerte realidad cultural. Pero su elección permanece incomprensible sin una subjetividad previa, contra-determinada por una potencia psíquica inicial. Así, la genealogía de este poder « masculino » que se ha impuesto « inconscientemente ».

 

Si existe una actuación obvia, es la de los hombres, de su carrera jadeante, sin tregua ni respiro por el poder – y esto en una lucha descarnada entre ellos. Pero, sobre todo, ¡ en una lucha contra la cultura que los precede ! Lejos de determinarlos como marionetas, ella es el objetivo excitante de sus performances. Este es el montaje y la batalla campal, la jauría. Los perros corriendo muerden a la izquierda, y a la derecha. Los atletas, los estrategas, los rebeldes golpean todo lo que se mueve con alegría.

 

Eso demuele, eso deconstruye, en mejor, en peor, pero en todo caso, siempre más lejos. La « cultura » no es un majestuoso edificio de pensamientos y costumbres, sino más bien ese movimiento, esa especie de jadeo, de guerra alegre, de socavar razones y creencias, la construcción de andamios razonables o sin sentido, prorrogaciones de un conflicto perpetuo donde las músicas, la literatura, las artes, siguen el ritmo. La orquesta corre detrás. Las actividades que pasan por « culturales » son sólo sus consecuencias y efectos pensativos, artísticos, ociosos, destinados a las distracciones del fin de semana, laicas o religiosas. Nadie niega el poder de este edificio cultural, ni que da forma a los que crecen y se alimentan allí. Pero es preciso un fondo pasivo, que los sueños de cada niño superan desde que realiza la menor performance.

 

A pesar de su prodigalidad y de su opresión visible, esta cultura permanece en el segundo nivel, materia prima de las determinaciones familiares y psíquicas. En las culturas más brutales, como las que todavía prevalecen en las tribus del desierto australiano, o en un pueblo en el fondo de la Prusia luterana, un hombre siempre puede arriesgar su vida si ama a una mujer proscrita por su Tótem o su Pastor. El espacio cultural no es más que un enorme amplificador, y luego una base de repetición contra la cual las representaciones desempeñan su papel. En un solo viaje, Cristóbal Colón alteró las creencias de su tiempo. Gracias a su telescopio astronómico, el ferviente Galileo confirmación de Galileo confirmó los tímidos cálculos de Copérnico, haciendo en unas pocas temporadas, tabla rasa del venerable universo de Ptolomeo[2].

 

Voy a recordar en pocas palabras el mundo psíquico de atrás, que propulsa la carrera al poder. Cualquier sujeto – niño o niña – nace primero transgénero, y tiene el falo sólo masturbándose, al mismo tiempo que pone su deseo en la fantasía. Este onanismo es a la vez culpable, ya que busca huir de la influencia materna. Es un medio de separarse de la madre, haciéndose gozar más bien que de ser gozado por ella. Este placer es sellado inmediatamente por la culpa de dejarla. A la sombra de esta culpa, nace un fuerte deseo de castigo, destinado a guardar su amor. El niño inventa entonces, a una tercera persona, un lobo, un ogro :… un padre castigador, cuyos golpes lo insertan en ese masoquismo que la sexualidad humana lleva como sello.

 

Es un masoquismo satisfactorio, ya que estos golpes acompañan a la masturbación[3]. La elección del género psíquico (independientemente de la anatomía) se decide en función de la posición rebelde o consentida que cada sujeto adopta hacia el padre. Aquellos que aceptan hasta un cierto punto esta violenta seducción paterna, eligen el género « femenino ». Los que rechazan esta seducción y entran en guerra optan por el género « masculino ». Pero entonces, este rechazo de los muchachos les priva al mismo tiempo del falo, y entran en guerra para tenerlo. Esta es la genealogía de la lucha por el poder, que es, en efecto, demasiado masculina. El erotismo de la guerra por el falo comienza en el fondo de la invención de un padre primitivo, armado con la fantasía de ser castigado, a la hora culpable de la masturbación. La bisexualidad psíquica reparte a continuación en el espacio, el Ser del Falo que ya no pertenece a nadie, sino que a quien lucha por tenerlo. Es una lucha « política » extraña, ya que el falo no aparece (en su forma eréctil) sino que durante la lucha misma. El surge en una puesta en tensión entre dos polos : o bien querer darlo – del lado masculino. O bien querer tomarlo – del lado femenino. Es por ejemplo, con frecuencia, que cuando dos amantes se pelean, la excitación aparece. Sus géneros psíquicos varían en función de su masoquismo, de su culpa y de sus quejas recíprocas, es decir, su relación con el mismo padre mítico, que continúa decidiendo su género. ¡ Un hombre no siempre es un hombre, ni una mujer una mujer ! En estas circunstancias agitadas, ¿ cuál es el salvavidas más práctico para un hombre, si no que identificarse con el padre ? Un rol paternal lo tranquiliza a menudo. Así, supera su ansiedad frente a la feminidad, y se libera de su opresión como hijo.

 

¿ Cómo interpretar al padre, si no imitando[4] uno de sus rasgos, « simbólico » ? Pero hay que ver la dinámica de esta imitación : su objetivo es tanto asesino (tomar el lugar de alguien imitándolo) como destinado a preservar eso que es imitado. El primer movimiento de este simbólico es revolucionario antes de encontrarse con el límite de su deuda. Lo « simbólico » no es un aparato estático : es el resultado de un gesto guerrero.

 

Es una conquista sobre el pasado, una ola que viene a refutar lo establecido por las generaciones anteriores. Vive y muere en todas las épocas. La invención religiosa universal de un « padre eterno » fue la consecuencia de un acto guerrero, de una iconoclastia parricida. Pero se transformó luego, en un opresor, y se convirtió en la justificación de aquellos que se adhieren a la dirección de los demás.

 

Una primera conquista positiva del poder masculino se transformó luego en opresión, comenzando por la que ejercía el Soberano. Debajo de él, y de acuerdo con una cascada jerárquica, el hijo ordinario reclamará mantener su Aura paternal del Soberano que la legitima. ¡ Incluso afirma que es La Ley o lo « simbólico » ! Soberano de la ciudad, actúa la mascarada de un padre único que justifica las pretensiones viriles de los hombres y su dominación de lo femenino. La masa se jerarquiza en cascada gracias a este rechazo de la feminidad, que cimenta el conjunto : la mujer ha sido y sigue siendo todavía, una inferior jerárquica en cada nivel y hasta la base de la escala social.

 

Esta mascarada masculina piramidal se ha instalado en su régimen de crucero patriarcal, que le ha dado un aspecto franco y natural, fundado en la prohibición hecha a las mujeres de hacer política (en Francia hasta 1945).

 

La misma demostración puede hacerse subiendo esta cascada jerárquica : cada hombre busca contrarrestar su angustia, y a purgar su culpabilidad parricida según un movimiento inicial autónomo, relativo a su solo deseo. Cada hijo ya no puede más ser feminizado y quiere llegar a ser un padre también : el parricida entonces el suyo teniendo un hijo. Y es en nombre del amor de este padre que se inmortaliza entonces – en nombre de Dios o de lo « Simbólico » – que pretenderá ejercer su poder : una escalada se inicia a partir de un conflicto psíquico privado y se proyecta en el espacio público, él mismo legitimado en el último piso por un padre de otra tumba.

 

¿ Dónde comienza la lucha por el poder ? En el espacio privado. Un hombre busca disipar su ansiedad disfrazándose de padre. El legitima este golpe de fuerza en nombre de lo « simbólico », de la « ley », del Soberano que él también se toma por un padre y que, además, domina y feminiza a quien lo reclama. Este soberano, tan tiránico como él sea, e incluso si él se impone por la fuerza bruta, siempre reivindica un ideal, religioso o laico : él actúa en el nombre de un padre eterno. Esta cascada de padres que se apoyan mutuamente, del vivo al muerto, define el poder masculino patriarcal.

 

Esta jerarquía, que se legitima remontando hasta los cielos, ¡ supera por alto a la mascarada femenina descrita por Joan Riviere[5] !… Esta mascarada masculina, que consiste en jugar al padre, da su marco al patriarcado, a condición de poner lo femenino en minoría[6].

 

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[1]              Cf. J. BUTLER, Trouble dans le genre, Paris, Editions La Découverte, 2006.

[2]              Si la cultura determina la subjetividad, sus performances podrían contentarse con rectificar el lenguaje, como si fuera la fuente de la opresión, o esperar que los acontecimientos Drag Queen van a subvertir las relaciones de género de la sociedad.

[3]              Numerosos adultos sólo se excitan cuando son al menos moralmente golpeados, o injuriados, o sólo maltratados (entonces, hay mucha gente).

[4]              Este tipo de imitación es sólo un agujero por debajo de la imitación de Butler (él permanece inconsciente), pero se destaca porque tiene un propósito asesino.

[5]              Cf. J. RIVIERE, Féminité mascarade : études psychanalytiques, Paris, Edition du Seuil, 1994.

[6]              Traducción : Maria Jesus TOBAR.